5/27/2011

Fábulas


Cuando niño, recuerdo claramente las fábulas de Esopo, todas guardaban alguna metafora y una moraleja que siempre la vida nos recordo de una forma u otra...

Hoy conversando con una amiga recorde una que fue atribuida a el, pero que es de origen anonimo, que me parece llena de sabiduría, pero también de tristeza ante la naturaleza de ciertos seres, es la vieja historia de la rana y el alacrán.

"Una rana se disponía para lanzarse a la corriente de un caudaloso río, así cruzarlo y alcanzar la otra orilla cuando escucha una voz que, casi suplicando, le pide, “¿No me pudieras llevar sobre tu espalda? Yo también necesito cruzar y alcanzar la otra orilla, pero no se nadar”.

La rana dirige su mirada hacia el lugar donde emergía la voz y, ante su vista, aparece un impresiónate alacrán haciendo la solicitud.

La rana, piensa un par de segundos y responde con otra pregunta “¿Qué crees estoy loca? Si te llevo sobre mi espalda, corro el peligro de que me claves esa venenosa ponzoña que tanto has utilizado para hacer el mal, y me ahogo”.

El alacrán responde con gran sabiduría y convencimiento: “¿Como piensas sería capaz de semejante disparate? Si lo hiciera, moriríamos los dos pues repito, yo no se nadar y me urge llegar a la otra orilla”.

La rana, duda unos instantes pero el argumento le parece tan lógico y el solicitante tan convincente, que finalmente acepta ayudar al frustrado alacrán y le dice: “Está bien, cruzaremos juntos pero recuerda, si me atacas nos ahogamos los dos, así es que monta sobre mi espalda”.

El feliz alacrán de inmediato lo hace y la rana, soportando ese gran peso, inicia la travesía.

Todo iba bien. La rana nadaba con soltura a pesar de sostener sobre su espalda al escorpión. Poco a poco fue perdiendo el miedo a aquel animal que llevaba sobre su espalda.

Llegaron a mitad del río. Atrás había quedado una orilla. Frente a ellos se divisaba la orilla a la que debían llegar. La rana, hábilmente sorteó un remolino…

Fue aquí, y de repente, cuando el alacrán picó a la rana. Ella sintió un dolor agudo y percibió cómo el veneno se extendía por todo su cuerpo. Comenzaron a fallarle las fuerzas y su vista se nubló. Mientras se ahogaba, le quedaron fuerzas para gritarle al escorpión:
«¡Lo sabía!. Pero… ¿Por qué lo has hecho?»

El alacrán respondió: «Lo siento ranita. Es mi naturaleza, es mi esencia, no he podido evitarlo, no puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme.»
Y poco después de decir esto, desaparecieron los dos, el alacrán y la rana, debajo de las aguas del río"